Hoy, el amor me golpeó por
ambos flancos;
como quien dice: Me pasó
factura
(patético eufemismo que
intenta suplir
la mexicana frase: Me pasó a
chingar).
Altos son los costos del amor
y sus afiladas espinas que en profuso se expresan;
cada éxtasis cuesta siete saudades
y cuatro derrotas.
Pedimos mucho o pedimos poco;
la cantidad no importa,
el problema reside en andar pidiendo.
Y aunque no tenga planes, ni
ahora ni luego ni nunca,
a veces estoy en los planes
de otra gente.
Como si el futuro pudiera
manipularse,
como si pudiéramos malabarearlo.
Mi descalabro radica en que
no poseo abismo tangible;
el coño desmelenado o lampiño
pero húmedo
—recién rasgado por el deseo
o la libídine—
lo tengo seguro; es asilo de mis alebrestes.
Distinto el cardio ritmando el
cuerpo;
el alborotado latido que aletea
sus intentonas
y es desplumado por el
fracaso, por la falla…
(comienza a llover. Se
fortalece mi depresión.
Para continuar escribiendo, camino
hacia otra parte,
a un sitio donde la tormenta
no legisle).
Harta el arrebato, lo
pusilánime, lo cómodo.
Me dicen que debo salvarme,
que debo salvarme,
pero uno no decide el
peligro. Se apuesta. Eso es todo.
Y da lo mismo, pues jamás
beberemos de la lluvia
sino de las charcas que
genera; migas líquidas
al alcance de cualquier
sitibundo conforme.
Conforme con su sed o con su
miseria;
conforme con su riqueza, con
sus virtudes.
Libar charcos es el amor,
sólo eso.
Ello explica el abandono y la
tragedia
y que no conozca a una sola
pareja feliz.
Feliz en serio, no en serie;
no en cliché feliz.
Imposible hallarse saludable
—la salud perjudica la
muerte—
cuando del diluvio sólo aprovechamos sus reposos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario