Esta armonía
del aire, que
acaricia
mi pensamiento,
es incapaz
de dar muerte al
calor
que me avasalla
y me derrite
—una a una— las
metáforas,
hasta volverlas
obscuras manchas
que algunos
llaman letras,
literatura.
Y ya diluido,
sin rumbo fijo,
viajo
entre las manos
o la memoria
de turistas que
habitan
mi patria negra,
casi invisible,
igual que los
latidos
del corazón.
Qué buena forma de
existir entre sombras y expectativas;
de hacer a un
lado la insalubre y maldita monotonía,
la cual termina
por asesinar todo lo de valor.
Obviamente hablo
de lo que salva el poema, de lo inasible;
de eso que llaga,
con fuerza, de repente. “Inspiración”
diría el pueblo;
“un amor literario”, le digo yo.
Pero se puede bautizar, mundialmente, como poesía.
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