jueves, 15 de agosto de 2013

POEMA DONDE MUCHO SE USA LA PALABRA DESAMOR

Hoy, el amor me golpeó por ambos flancos;
como quien dice: Me pasó factura
(patético eufemismo que intenta suplir
la mexicana frase: Me pasó a chingar).
Altos son los costos del amor
y sus afiladas espinas que en profuso se expresan;
cada éxtasis cuesta siete saudades y cuatro derrotas.

Pedimos mucho o pedimos poco;
la cantidad no importa,
el problema reside en andar pidiendo.

Y aunque no tenga planes, ni ahora ni luego ni nunca,
a veces estoy en los planes de otra gente.
Como si el futuro pudiera manipularse,
como si pudiéramos malabarearlo.

Mi descalabro radica en que no poseo abismo tangible;
el coño desmelenado o lampiño pero húmedo
—recién rasgado por el deseo o la libídine—
lo tengo seguro; es asilo de  mis alebrestes.
Distinto el cardio ritmando el cuerpo;
el alborotado latido que aletea sus intentonas
y es desplumado por el fracaso, por la falla…
(comienza a llover. Se fortalece mi depresión.
Para continuar escribiendo, camino hacia otra parte,
a un sitio donde la tormenta no legisle).

Harta el arrebato, lo pusilánime, lo cómodo.
Me dicen que debo salvarme, que debo salvarme,
pero uno no decide el peligro. Se apuesta. Eso es todo.
Y da lo mismo, pues jamás beberemos de la lluvia
sino de las charcas que genera; migas líquidas
al alcance de cualquier sitibundo conforme.
Conforme con su sed o con su miseria;
conforme con su riqueza, con sus virtudes.

Libar charcos es el amor, sólo eso.
Ello explica el abandono y la tragedia
y que no conozca a una sola pareja feliz.
Feliz en serio, no en serie; no en cliché feliz.

Imposible hallarse saludable
—la salud perjudica la muerte—
cuando del diluvio sólo aprovechamos sus reposos.

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